6. Dios y Samuel.


-Canto:  cd Taizé. Veni Sancte Spiritus. Veni Sacte Spiritus, 9 (6’32).
-Presencia de Dios:
Con la imaginación hago presente al Dios familiar que está conmigo aquí y ahora en el Sagrario. Él me conoce y yo le conozco.
-Petición:
 Que sienta cómo Dios quiere salirme al encuentro, que me abra a escuchar la palabra y la novedad a la que invita.
-Composición de lugar:
Imagino a Samuel en el templo durmiendo en una habitación continua a la que se encuentra el Arca. Entre ella y Elí.
-Texto: Samuel 3, 1-10
El joven Samuel servía al Señor al lado de Elí. En aquellos días era rara la palabra del Señor y no eran frecuentes las visiones.
Un día Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos habían comenzado a debilitarse y no podía ver. La lámpara de Dios aún no se había apagado y Samuel estaba costado en el templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios. Entonces el Señor llamó a Samuel. Este respondió:
-Aquí estoy.
Corrió adónde estaba Elí y dijo:
-Aquí estoy, porque me has llamado.
Respondió:
-No te he llamado. Vuelve a acostarte.
Fue y se acostó. El Señor volvió a llamar a Samuel. Se levantó Samuel, fue adonde estaba Elí y dijo:
-Aquí estoy, porque me has llamado.
Respondió:
-No te he llamado, hijo mío. Vuelve a costarte.
Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado todavía la palabra del Señor. El Señor llamó a Samuel, por tercera vez. Se levantó, fue adonde estaba Elí y dijo:
-Aquí estoy, porque me has llamado.
Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven. Y dijo a Samuel:
-Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
Samuel fue a acostarse en su sitio.
El Señor se presentó y llamó como las veces anteriores:
-Samuel, Samuel.
Respondió Samuel:
-Habla, que tu siervo escucha.
-Canto:  Taizé. VSS. Misericordias Domino. 6 (5’08). Silencio.
-Meditación:
Leo atentamente el texto, dejando que mi corazón repose en lo que más me llama la atención.
Busco identificarme con Samuel: su relación con Elí, con Dios, su actitud de escucha.
En el templo habían muchas voces: un padre incapaz de imponer su autoridad ante los hijos. Unos hijos corruptos. Un pueblo necesitado de la voz del Señor, que permanecía en silencio. ¿Cuáles son las voces que escucho? ¿Cuáles las que me distraen o impiden escuchar a Dios?
Se hace difícil escuchar a un Dios que sale a nuestro encuentro en lo desconocido, en lo sorprendente, en silencios o en voces que hemos de interpretar. Pero Dios sigue hablándonos.
Procuro agudizar mi escucha, la que fluye desde el sagrario,  el texto bíblico y mi corazón.
Le pido que el Espíritu me ayude a sintonizar con la frecuencia de Dios.
-Coloquio:
Repito varias veces las palabras de Samuel: “Aquí estoy, Señor, habla que tu siervo, tu sierva, escucha”.
-Canto:  Taizé. VSS. In te confido, 17 (3’35)
-Padrenuestro.
-Plática:
 El silencio es una disciplina del oído, más que de la lengua. La voz de Dios es un sonido sumamente tenue y delicado, sobre todo para unos oídos no habituados a ella. Nosotros necesitamos escuchar la voz de Dios en el silencio durante algún tiempo si queremos poder detectarlo más tarde en medio del estrépito de la vida cotidiana. Desde la aparición de la radio, la televisión, los casetes hasta hoy las personas hemos sustituido el silencio por la voz y la música. En la oración  cuesta un tiempo sin alguna melodía, sin rezar unas oraciones. Y sin embargo para escuchar a Dios hay que entrar en el desierto del Sinaí, despojados de todo lo que nos distraiga. Solos ante Dios, aunque nos cueste. No olvidemos que para alcanzar a Cristo hay que subir a la cruz.

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